JUAN LLADO. (Experto turístico)

Tomado con autorización de portal dominicano www.acento.com.do

Ante un panorama tan incierto como el que presenta la actual pandemia del COVID-19 no resulta fácil diseñar una estrategia de recuperación turística. Son demasiado los imponderables. Pero algunos de los parámetros y medidas principales de esa estrategia pueden ser identificados para tenerlos en cuenta en el momento oportuno.

En cualquier caso, debemos de partir de la premisa fundamental de que la pandemia es mundial y que asimismo es la industria turística. Un primer parámetro relevante es el de la posible duración de la pandemia.

Todos los expertos coinciden en que, así como es el caso del VIH, la presencia del virus se prolongará por mucho tiempo.

Lo que más importa, sin embargo, es el periodo que transcurra desde la actualidad hasta que hayan surgido terapias y vacunas efectivas.

Con más de 70 vacunas candidatas ya en existencia, la vacuna efectiva tomará entre 12 y 18 meses en estar disponible pero algunos científicos creen que la terapia requerirá solo semanas.

Y aunque algunos prevén un periodo de emergencia de tres años, un horizonte de 18 meses seria lo razonable para volver a la normalidad de los flujos turísticos. En nuestro caso son tres los factores principales que condicionaran la recuperación turística.

El primero y más importante es el relativo a la recuperación económica de los países que constituyen nuestros principales mercados emisores. (Los tres principales en el 2019, con más de un 60% de los visitantes extranjeros de vía aérea, fueron EEUU, Canadá y Rusia.).

El FMI y varias otras agencias multilaterales han coincidido en que la pandemia está provocando una contracción económica que posiblemente sea peor que la de la Gran Depresión del 1929 y ciertamente superior a la recesión de la crisis financiera internacional que inició en el 2008.

Con tan lúgubre pronóstico no habría manera de que el nivel de actividad económica mundial vuelva a ser el de antes de la pandemia en menos de dos años. Con todo lo que podría aportar el impulso de la “demanda contenida” (o “pent-up demand” en inglés), somos un destino de masas y el nivel de empleo e ingresos deberá recuperarse en el primer mundo para que su clase trabajadora pueda comenzar a demandar otra vez servicios turísticos de destinos de clima cálido como el nuestro.

Es muy posible que EEUU y China, las dos más grandes economías del mundo, se recuperen con rapidez, pero para Europa están vaticinando una contracción de un 17% de su PIB este año y antes de la pandemia el crecimiento de su economía iba muy lento.

De similar importancia para la recuperación turística será la confianza del consumidor en materia sanitaria. Aun si se dispone de los recursos para comprar paquetes turísticos habrá muchos que no se sentirán confortables viajando en espacios cerrados como los de los aviones y buques cruceros. Asumiendo que ese tipo de transporte pueda superar esa reticencia habrá desconfianza de la capacidad de los destinos vacacionales para garantizar estadías libres de contagio.

Si el pasado año se desplomaron muchas reservaciones por sospecha de que los hoteles no garantizaban un consumo seguro de bebidas y comidas, lo mismo sucederá esta vez si no hay una respuesta hotelera adecuada.

El tercer factor determinante será entonces el de la creatividad de los agentes económicos del sector para generar demanda, es decir, clientes.

Si bien el manido recurso de la promoción (a través de la publicidad y los eventos feriales) mantendrá su apelación, no podrá esperarse mucho en vista de que todos los operadores turísticos –líneas aéreas y de cruceros, cadenas hoteleras, agentes de viajes y turoperadores, etc.—recurrirán masivamente a él y la intensa competencia restará impacto a los mensajes. Es preciso recordar que las cadenas hoteleras que operan aquí son propietarias del 95% del inventario de habitaciones de clase mundial y son expertas en materia de promoción en los mercados emisores. En el caso de lo que le toca hacer al país sería aconsejable limitarnos a un esfuerzo extra similar a la estrategia digital que está desplegando México, lo cual tiene un bajo costo.

Medidas tales como los precios de oportunidad, la configuración de novedosos paquetes turísticos, reorganización empresarial, remodelación de facilidades físicas, etc. podrían surtir efecto y atraer una demanda marginal.

Pero siempre tendrá que competirse en un ambiente de una demanda débil por razones económicas.

En el caso del “todo incluido” es razonable esperar que continúe siendo deseable y que los modelos de negocios asociados no cambien mucho. Pero siempre será deseable que para mantenerse operando los hoteles bajen los precios hasta que puedan alcanzar su punto de equilibrio por lo menos.

Juan Llado, asesor turistico y autor de este ensayo

Por su lado, la más importante que pudiera hacer el país es la elaboración e inmediata aplicación de una Estrategia de Salubridad Turística.

Para ello sería deseable contratar a una empresa calificada que, al igual que se hizo el pasado año con el problema de la seguridad, produzca esa estrategia valiéndose de las consultas de lugar a “infectologos” calificados. (El país cuenta con los recursos humanos calificados, pero para generar confianza en las recomendaciones es preferible que la empresa contratada sea del primer mundo.)

Lo ideal sería que la estrategia incorpore no solo medidas para la contención del COVID-19 sino también para la malaria, el dengue y otras enfermedades contagiosas que son propias de nuestra ubicación tropical.

Sin querer suplantar a los expertos contratados se puede vislumbrar un abanico de medidas que infundirían confianza en los intermediarios de la industria de los viajes.

La medida singular que podría instalarse de inmediato en puertos y aeropuertos es la de las pruebas rápidas.

Si a cada turista se le hace una de las que duran 15 minutos al llegar al país se estaría tamizando a los turistas –así como a las tripulaciones de aviones y cruceros– con un cierto grado de efectividad.

Los que den positivo serian separados y obligados a someterse a un examen clínico más riguroso, el cual determinaría los otros pasos a seguir.

También se podría requerir, antes de que los llegados se chequearan con Migración, que todos pasaran por un túnel sanitizante y fueran chequeados con los detectores de temperatura.

Tales medidas podrían aplicarse por seis meses o, si hay un rebrote en el otoño, un año completo.

Por fortuna, el grueso de nuestros visitantes extranjeros pasa su estadía en el país confinados a sus hoteles (por el “todo incluido”).

Eso significa que solo se requiere “higienizar” a los medios de transporte que utilicen para llegar del aeropuerto a los hoteles y a los hoteles mismos.

Respecto a lo primero se puede establecer un requisito de que los autobuses se desinfecten semanalmente con agua de cloro y que los choferes y guías usen mascarillas y guantes mientras estén en el servicio.

También a estos y a todos los empleados hoteleros se les debe exigir una prueba rápida semanalmente.

Dentro de los hoteles debe ser obligatorio el uso de mascarillas y guantes en algunos lugares tales como comedores, bares y salones donde se aglomere gente. Lo otro seria la desinfección semanal de los espacios más concurridos dentro del hotel.

Estas medidas, además de las que puedan recomendar los epidemiólogos, tendrían vigencia por los próximos seis meses dependiendo de la evolución mundial de la pandemia.

Finalmente, descansamos seguros de que las cadenas hoteleras también implementarán sus propios protocolos de prevención, por lo que las medidas que requieran las autoridades no les serán onerosas.

La recuperación de nuestra industria turística será más acelerada en la medida en que haya un esfuerzo conjunto de todos los involucrados.

 

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